
Recuerdo el temblor del telediario. Recuerdo la comida y el primer impacto. Recuerdo el estupor de mi familia. Recuerdo el miedo, el corazón acelerado. Recuerdo las lágrimas, mis lágrimas, y el estruendo, y el polvo. Recuerdo el vértigo del mal absoluto en el segundo impacto. Recuerdo la incredulidad de todos, las llamadas, el refugio de los abrazos. Recuerdo las explosiones de pánico, las llamaradas, el humo asfixiante. Recuerdo -¡Dios!- aquellas almas que se despeñaban desde el cielo. Recuerdo haber rezado con mi familia por todos los muertos y heridos y atrapados. Recuerdo aquellas imágenes, el aire viciado, el Apocalipsis de los rostros. Recuerdo que me fui a otra habitación para llorar a solas mis sollozos. Recuerdo que no podía ser lo que estábamos viendo, que no, que era imposible, que ya nada podría ser lo mismo. Recuerdo la impotencia y la comezón de la ira. Recuerdo tener conciencia de estar todos en peligro. Recuerdo haber ido a una iglesia y arrodillarme y preguntarle a Dios: ¿Por qué has dejado que pase?
Nada ocurre por nada, de eso estoy seguro. El hombre vive de misterios. Y el misterio del dolor tiene un significado preciso. Un significado que sólo puede llegar a entenderse por otros grandes misterios: el del amor, y el de la Providencia. Pero no es fácil. No es nada fácil sobreponerse a semejante horror y dejar el odio aparte. Lo más fácil es dejarse contagiar por lo irracional y pedir venganza. Ojo por ojo. A muerte. Es la guerra. Que lo es. Pero el terrorismo islámico -y todo terrorismo y cualquier crimen- más que un movimiento o rebelión de lo que sea, es una blasfemia furibunda. Es un escupir a Dios en plena cara, una patología espiritual, un tremendo pecado. El mártir real es la víctima, nunca el terrorista. El terrorista es un alma desquiciada, enferma, podrida. Un contra Dios, en definitiva.
Y comenzaron a publicarse los primeros análisis. Ya son decenas de miles los libros que se han publicado sobre el 11 de septiembre y sus infinitas derivadas. He curioseado muchos de ellos, algunos alucinantes, pero me sobrecogió la fuerza del lenguaje y de los argumentos de Oriana Fallaci en su trilogía La Rabia y el Orgullo, La Fuerza de la Razón y El Apocalipsis, los tres títulos editados en España por La Esfera de los libros. Tres libros que en realidad son uno solo, y que me parece ayudan a reflexionar sobre muchas cosas que no nos atrevemos ni siquiera a pensar. Creo, sinceramente, que mantienen su vigencia. Escribe muy claro. Luego leí El islamismo contra el Islam (ediciones B), del brillante diplomático y político Gustavo de Arístegui, que después ha ido profundizando en otras obras. Y hasta ahí llegué. Debo confesar mi poco aguante con este tipo de libros, aunque la Fallaci me dejó literalmente sin aliento.
Pero en poco tiempo he leído El segundo avión, de Martin Amis (Anagrama) y La torre elevada, Al-Qaeda y los orígenes del 11-S, de Lawrence Wright (Debate). El libro del novelista Amis reúne una serie de textos diversos alrededor de aquello. Reseñas de películas y libros, ensayos y hasta relatos. Amis es pesimista. No hay solución posible con esta gente, con el enemigo. Y llegaremos a acostumbrarnos, asegura, a convivir con este horror que sólo ha hecho que comenzar. El islamismo tiene dentro de sí un cáncer que lo devora: esa visión de la religión como guerra o yihad o como quiera denominarse. Esa visión torticera y manipuladora de Dios, o de su Alá. Sabemos todos que no es así, pero lo que parece imponerse es su proselitismo terrorista. ¿Es posible una religión de odio y no de amor? ¿Es posible una hipotética religión que en pleno siglo XXI se base, como dice Amis, en el extremismo, y que desprecie la integridad de la mujer? Él se considera un antiislamista. El terror del 11-S no ha dejado de existir, de sangrar. Nadie está seguro. La Historia, nuestra Historia, ya no puede ser la misma.
La torre elevada, de Lawrence Wright, ganadora del premio Pulitzer, quiere ir a la raíz. Es un libro de investigación, un libro muy objetivo (y excelentemente traducido), que paso a paso nos va descubriendo el entramado y sus personajes. Un libro muy bien narrado, una historia muy real escrita con toda la fuerza y el estilo de una gran novela de acción. Hechos, testimonios. El autor ha seguido el rastro de la verdad durante años. Ha rastreado pistas por medio mundo. El fundamentalismo islamista, las razones de su auge. Los fallos de Occidente. Las piezas del drama van encajando, detalle a detalle. Absorbe su prosa cada vez más. Nadie supo hacer nada par evitar la tragedia. Es espeluznante. Hay un personaje -una persona- que había pertenecido al FBI, John O’Neill, que vertebra hasta cierto punto el texto. Seguimos sus peripecias e intuiciones, su impotencia. Su pasión por descubrir el entramado asesino. Todo un experto en antiterrorismo que predijo lo que podía ocurrir. Pero lo había dejado para encargarse de la seguridad del Word Trade Center, donde muere. Un libro para conocer más de cerca el nacimiento y el desarrollo de esta barbarie fundamentalista que desembocó en aquel día donde la furia de todos los demonios del Infierno parecía haberse desatado. Era el inicio de una época distinta, era el 11 de septiembre de 2001. En total 2.973 personas muertas. Descansen en paz.